En esos brazos carmesí aprendí el sabor de lo dulce, lo sublime,
la magia de crecer y en tu risa vibrante conocí la doblez de la lealtad
un hierro de moléculas extrovertidas.
En tu
oriente viví la experiencia más cercana a un intermitente placer...
En tu barco
arribe a los océanos de la más agonizante tiranía, y pensar que tu barco era mi
anhelo, el mismo que vi deshecho por la déspota invasión de trasuntes sin
valía.
Camine tus
murallas, las tatué todas en mi desvelo, ahí entre noches sin tiempo las ví tuyas, no mías, porque las hiciste para mí, no por mí, no eran la obra de arte
que mis sueños pregonaban, eran el despertar maldito de petulantes castigos.
Pequé a tu nombre, porque al mío las cuentas estaban saldadas, redimidas en
gotas de sangre, las que a tu verbo fueron placer.
Deambule
sin prisa, ajena, distante de mi realidad, a oscuras, apagada, ya había vendido
mi norte al naufragio de un sol prometido a ser naciente, al que el horizonte
mezquino le cambio el alma por velas.
Ahí en mi
penumbra conocí el destierro, oda a tu ego, musa de mi desapego, enjambre de mi
despedida, la que augurio, la que
espero...
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